Llegamos
al centro sanitario, pero como me esperaba, se encontraba cerrado.
Rupert me miró y me dijo, que lamentaba lo que había pasado pero
que no podía quedarse más tiempo. Tenía que irse.
Entonces
me armé de valor, y esto fue lo que salió de mi boca:
-Rupert.
-Dime.
-¿Por
qué te persiguen?
Una
vez que lo dije pensé, ¿y si me equivoco?. Pero no.
-
No me gusta ser maleducado, pero creo que no te incumbe. - Contestó.
-
Es cierto, pero me debes una, ¿no? - Dije enseñándole mis manos
llenas de cortes.
-
Hablemos en otro sitio. - Dijo.
Nos
escondimos en una calle sin salida, en la que pudiéramos ver si
alguien le seguía.
No
tardó mucho en explicarme que había tenido problemas con un mafia
cuando jugaba al póker y que debía bastante dinero. Me quedé
asombrada. Creía que eso solo pasaba en las películas.
-
Te parecerá extraño. No sé por que confío en ti de esta forma. No
te conozco. Pero siento que puedo confiarte mi vida.
No
supe que decir. Me sonrojé y sonreí de tal forma que dejé ver los
hoyuelos que me salen cuando sonrío.
El
sonrió también y pude ver los hoyuelos que el tenía alrededor de
esa preciosa sonrisa.
Me
cogió las manos y me acercó a una farola. Sujetó una de mis manos
y la colocó mirando hacia arriba. Acercó su otra mano a mis
heridas, y me dijo que me iba a curar, y eso hizo.
Comenzó
sacándome los cristales que habían quedado, comencé a sangrar y el
puso su mano sobre la mía. Notaba como mi sangre salía de mi mano,
chocaba con la suya y caía lentamente al suelo.
Soltó
la mano con la que sujetaba la mía, y se quitó suavemente el
pañuelo que llevaba al cuello, para atármelo y detener la
hemorragia.
No
sé por qué. Quizá por la emoción o porque había perdido algo de
sangre, pero me desmayé.
Me
desperté en una habitación, de un color salmón, o quizá fuera más
naranja, no puedo recordarlo. Yo estaba en una cama de matrimonio,
desecha por los dos lados. Me levanté de la cama y vi mis zapatos.
Él me los había quitado antes de echarme sobre la cama. Miré mis
manos, y estaban curadas. Los cortes estaban secos.
Me
acerqué al tocador. Sobre él había un sobre con mi nombre.
-Típico
- Pensé. -La habitación vacía y una carta suya.
En
efecto. Era una carta en la que decía:
<
Evangeline, espero que cuando despiertes estés mejor. Ha sido un
placer conocerte, pero por lo que sabes, te irá mejor si te alejas
de mi y no le dices a nadie que has estado conmigo. Te lo digo de
corazón.
Te dejo algo de dinero
para que puedas volver a tu casa. Lo siento mucho pero cuando leas
esto, pienso estar ya muy lejos. >
Solté
la carta rápidamente, abrí la ventana de par en par y miré la
calle con expectación. Buscaba ansiosamente entre la gente que
pasaba por allí, esperando encontrar a un hombre pelirrojo. Continué
observando durante un par de minutos más.
Para
mi sorpresa, vi como Rupert salía lentamente por la puerta del
hotel.
Sin
pensar ni un momento en lo que él decía en su carta, bajé
corriendo los tres pisos de escaleras y corrí hacia la puerta
principal. Una vez fuera, lo busqué a un lado y otro de la calle, y
allí lo vi. A varios metros de mi. Corrí hacía el, gritando su
nombre, y cuando estaba lo suficientemente cerca como para que me
oyera, me oyó. Se giró, me vio. Me nombró y se giró para
marchar.
Corrí
un poco más y me puse delante de él.
Él
me miró de arriba a abajo. Riéndose y dejando ver su bonita sonrisa
me dijo:
-
Estás descalza, ¿lo sabías?
Estaba
muy nerviosa, porque pensaba que todas esas maravillas iban a llegar
a su fin, que no pude evitarlo y le abracé.
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