2 de octubre de 2011

Capítulo 2 "Él, yo, nosotros y los demás"


Llegamos al centro sanitario, pero como me esperaba, se encontraba cerrado. Rupert me miró y me dijo, que lamentaba lo que había pasado pero que no podía quedarse más tiempo. Tenía que irse.
Entonces me armé de valor, y esto fue lo que salió de mi boca:
-Rupert.
-Dime.
-¿Por qué te persiguen?

Una vez que lo dije pensé, ¿y si me equivoco?. Pero no.

- No me gusta ser maleducado, pero creo que no te incumbe. - Contestó.
- Es cierto, pero me debes una, ¿no? - Dije enseñándole mis manos llenas de cortes.
- Hablemos en otro sitio. - Dijo.

Nos escondimos en una calle sin salida, en la que pudiéramos ver si alguien le seguía.

No tardó mucho en explicarme que había tenido problemas con un mafia cuando jugaba al póker y que debía bastante dinero. Me quedé asombrada. Creía que eso solo pasaba en las películas.

- Te parecerá extraño. No sé por que confío en ti de esta forma. No te conozco. Pero siento que puedo confiarte mi vida.

No supe que decir. Me sonrojé y sonreí de tal forma que dejé ver los hoyuelos que me salen cuando sonrío.
El sonrió también y pude ver los hoyuelos que el tenía alrededor de esa preciosa sonrisa.


Me cogió las manos y me acercó a una farola. Sujetó una de mis manos y la colocó mirando hacia arriba. Acercó su otra mano a mis heridas, y me dijo que me iba a curar, y eso hizo.
Comenzó sacándome los cristales que habían quedado, comencé a sangrar y el puso su mano sobre la mía. Notaba como mi sangre salía de mi mano, chocaba con la suya y caía lentamente al suelo.
Soltó la mano con la que sujetaba la mía, y se quitó suavemente el pañuelo que llevaba al cuello, para atármelo y detener la hemorragia.
No sé por qué. Quizá por la emoción o porque había perdido algo de sangre, pero me desmayé.

Me desperté en una habitación, de un color salmón, o quizá fuera más naranja, no puedo recordarlo. Yo estaba en una cama de matrimonio, desecha por los dos lados. Me levanté de la cama y vi mis zapatos. Él me los había quitado antes de echarme sobre la cama. Miré mis manos, y estaban curadas. Los cortes estaban secos.
Me acerqué al tocador. Sobre él había un sobre con mi nombre.

-Típico - Pensé. -La habitación vacía y una carta suya.

En efecto. Era una carta en la que decía:
< Evangeline, espero que cuando despiertes estés mejor. Ha sido un placer conocerte, pero por lo que sabes, te irá mejor si te alejas de mi y no le dices a nadie que has estado conmigo. Te lo digo de corazón. Te dejo algo de dinero para que puedas volver a tu casa. Lo siento mucho pero cuando leas esto, pienso estar ya muy lejos. >

Solté la carta rápidamente, abrí la ventana de par en par y miré la calle con expectación. Buscaba ansiosamente entre la gente que pasaba por allí, esperando encontrar a un hombre pelirrojo. Continué observando durante un par de minutos más.

Para mi sorpresa, vi como Rupert salía lentamente por la puerta del hotel.

Sin pensar ni un momento en lo que él decía en su carta, bajé corriendo los tres pisos de escaleras y corrí hacia la puerta principal. Una vez fuera, lo busqué a un lado y otro de la calle, y allí lo vi. A varios metros de mi. Corrí hacía el, gritando su nombre, y cuando estaba lo suficientemente cerca como para que me oyera, me oyó. Se giró, me vio. Me nombró y se giró para marchar.
Corrí un poco más y me puse delante de él.

Él me miró de arriba a abajo. Riéndose y dejando ver su bonita sonrisa me dijo:

- Estás descalza, ¿lo sabías?

Estaba muy nerviosa, porque pensaba que todas esas maravillas iban a llegar a su fin, que no pude evitarlo y le abracé.




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