6 de septiembre de 2013

Sensaciones.

Se acerca a mí por detrás y me susurra al oído: es mi turno, así que métete en la ducha. 

Hago lo que me dice. Me desnudo rápido y mirando siempre al frente. Con paso cauteloso piso el resbaladizo suelo de la ducha y me coloco frente al grifo, que sigue colgado en su sitio. Noto que él viene también. 

Sin poder darme la vuelta para mirarlo, veo como pasa sus manos por delante de mí y enciende el agua, aún fría, que cae estrepitosamente sobre mi cuerpo.
El chorro me recorre la cabeza, el pecho y hace que se yergan mis pezones, baja por mi vientre que se contrae con el frío, hasta llegar a una zona más sensible y finalmente los pies. 

A mi espalda oigo como él se mueve y tengo curiosidad por saber qué va a hacer. Me gustaría girarme para mirarlo, pero tengo órdenes estrictas de no mirarle, bajo ningún concepto. 
De repente oigo el ruido de un bote de gel dejando caer su contenido. 

Él pasa sus brazos entre los míos, que han quedado suspendidos, pegados a mi cintura, y pone sus manos sobre mi vientre. 
El gel de baño empieza a gotear por mi ombligo y noto que está frío, en comparación con el agua que se ha ido calentado a la par que nosotros.

Mi cabeza mira hacia abajo, para poder contemplar sus movimientos. Sus manos se empiezan a mover lenta y cuidadosamente alrededor de mi ombligo, y van generando espuma. 
Posa una de sus manos sobre la 'v' que forma mi sexo, y sube la otra sin demora hasta agarrar uno de mis pechos. La mano que acariciaba mi vello púbico baja tan despacio que parece que tardase una eternidad en alcanzar mi clítoris, el cual, finalmente, masajea de manera tan lenta y deliciosa que debería estar prohibido.

Oigo como se agita su respiración, y empiezo a notar su miembro en mi trasero. Es muy tentador, pero debo mantenerme obediente y seguir mirando para adelante.

De nuevo sus manos retoman el camino y bajan hasta mis rodillas, extendiendo la espuma. Suben de nuevo y las dos manos se posan sobre mis pezones, y empiezan a jugar con ellos. Otra vez bajan, esparcen la espuma por todos los rincones de mi cuerpo, haciendo que me estremezca a cada centímetro que él desliza sus manos sobre mi piel. 
Suben y vuelve a cogerme de los pezones, esta vez mucho más decidido y pasional.
Ahogo un gemido, pero él se da cuenta. Entonces me suelta los pechos de un tirón, me agarra ambas muñecas con fuerza y acercándose a mi oído me dice que me agache. 
Por un sólo segundo dudo, pensando en que pasará. Pero él no deja lugar a mi dudas cuando me agarra por las caderas y él mismo me empuja hacia delante para que me agache. 
Quedo completamente recta, apoyando una mano en mis rodillas, y otra en la pared de la ducha, jadeando, anhelante. 
Estoy conmocionada, excitada y puede que incluso asustada. 
Entonces él se tumba sobre mí, y me es difícil aguantar todo su peso. Con sus manos me rodea y agarra mis pechos que habían quedado suspendidos, y los oprime contra mí. Es muy excitante. 
Entonces se pega más a mí y noto como su erección entra en contacto con mis nalgas y se balancea entre ellas. 
Se queda un tiempo paseando en esa zona y yo ardo en deseos de que me penetre. No soporto más esta tortura.

Mi respiración se acelera, mi cuerpo se arquea, presionando mi trasero contra él, tratando de indicarle lo que yo más deseo. No funciona. 
Él sigue frotándome los pechos y jugando con su miembro y mis nalgas. No aguanto más y entonces me giro, pero en décimas de segundo vuelvo a estar mirando para abajo, pero ahora tengo una de sus manos sujetándome la nuca y agarrándome del pelo, tan fuerte que casi duele. 
Su respiración parece la de un camión en marcha y resopla cerca de mi nuca. 

<El momento ha llegado>, me digo. 

Pero entonces el se yerge y me dice que salga de la ducha. Me dan ganas de darme la vuelta y darle una torta, pero debo mantener mi actitud sumisa. 
Salgo, levanto cada pierna muy despacio, con miedo de no poder mantenerme en pie. 

Una vez que estoy fuera de la ducha, me planto de cara a la pared y me quedo muy quieta. Mi respiración esta más agitada que nunca y mi pecho se mueve a una velocidad inaudita. Parece que el corazón quisiera salírseme del pecho. 

Él se sitúa en su típica posición dominante, con el pecho hinchado justo a mi espalda.
Pasa su mano izquierda por debajo de mi brazo, la posa en mi tripa y me pega contra él, contra su erección. 
Con la otra mano y un rápido movimiento me agarra del cuello. 
Me ha pillado desprevenida y casi no puedo respirar. Me oprime la garganta y levanta mi barbilla poco a poco hacia arriba hasta que mi cabeza queda apoyada en su pecho y por fin puedo verle la cara. 
Mi respiración se dificulta aún más y el sonríe de manera maliciosa. 
Aprieta por un segundo mi garganta con más fuerza, me da la vuelta hacia él y en un rápido y sordo movimiento me penetra.
No puedo evitar soltar un grito y entonces él embiste con fuerza contra mi. 
<También tenía órdenes de guardar silencio>, me recuerdo a mí misma. 
Entonces frunzo los labios para evitar que haya más percances y él sigue con sus movimientos, que me perturban y me hacen arder en deseo. 
Su ritmo se va acelerando y yo, que estoy subida a él me adapto a su compás y empezamos una danza carnal  que va aumentando nuestras pulsaciones. 
Mete y saca su miembro de mí a una velocidad demasiado lenta para que alcance el clímax, pero demasiado rápida para que resulte aburrido. Es abrumador el control que tiene sobre mí, voy al ritmo que él quiere. 
Oigo como jadea, y como sus embestidas aumentan el ritmo. Da un par de torpes pasos y me apoya contra la pared. Coge mis manos por encima de mi cabeza, mis piernas rodean su torso, y el se acerca a mi boca para decirme: me encanta que seas tan puta.
Con su lengua dibuja un camino desde mi boca hasta mi hombro y lo acompaña con unas embestidas cada vez más rápidas, fuertes y deliciosas. 
Noto los fríos baldosines de la pared en mi espalda. Cierro los ojos por un momento y cuando los abro, lo tengo frente a frente, susurrando mi nombre entre gemidos y embestidas. 
Es demasiado. Voy a caer. 
De un último empujón hace que alcance el clímax en un estrepitoso orgasmo que hace que él llegue también.
Sale de mí, me deja caer al suelo. Se envuelve en una de las blancas toallas del cuarto de baño y sale de él con un simple: no he acabado contigo. 

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